El crítico de arte y ensayista Diego Medrano se suma con este especial homenaje a la celebración del primer centenario del nacimiento del genial poeta madrileño José Hierro, Premio Cervantes en 1998.
El bigote áspero de carpintero, las arrugas como otras carreteras secundarias al verbo prieto, las cejas en pico, el cráneo limpio, el cráneo prodigioso, el cráneo privilegiado. Oh Pepe, volvamos al bar La Moderna, avenida Ciudad de Barcelona, a escribir hasta el cierre, la música de la tragaperras es Mozart y, los aullidos de los borrachos en corro, Wagner. El maestro indiscutido: la ropa barata, los niquis de lana virgen, la garganta libre y loca, cascada de vejez soberbia, el cuello macho y salvaje, sin ataduras.
Bar La Moderna para siempre: otro paraíso escoltado por el aguardiente, el chinchón, una soledad musculosa y obrera que fuma, unas orejas por su cuenta, el vino negro tan luminoso, hoguera blanca en la sombra eterna, manta piojosa sobre el tiempo.
Somos ricos, Pepe, Tío Pepe: las servilletas por el suelo son los billetes verdaderos, freiduría gramática, alto y delgado como un adjetivo, y mucha, mucha, mucha tos por las esquinas, chatarra bronquial, desguace cubista. Gran Hierro: otro Támesis abajo, a lo largo del cuello obrero como el rabo de un gato, las manos grandes, el corazón inmenso, dibujemos hasta las tantas entre callos por los dedos, muchas borracheras prístinas y cromáticas junto a los rotuladores Staedtler (la misma rapiña hubo con Alberti que con Hierro, invitarlo a cenar para robarle los monigotes). La muerte se retrasa con mucho azul y verde ácidos.
Lo contó en todos los encuentros de Sanse –vídeos a granel por YouTube- y ahora las hojas volanderas molonas parecen presumir de ello en falsa exclusiva: “Vas al mercado y compras un pescado cojonudo: eso es la inspiración.
Y un día tienes hambre, y te dices voy a ver qué hago. La elaboración es la cocina, aunque te salga mal. ¿Y el ritmo? Sería el punto del plato, equilibrar el calor, saber que tal ingrediente lo estás echando en su momento oportuno”. Maravilloso. Ir a comprar tomates es hacer poemas, arte en zapatillas, nobleza a cuadros y felpa, el camino curvo de Ferlosio, la calle de los poetas y periodistas, quienes no desertan de los acontecimientos ni se encogen para dentro con la lluvia, caracoles con las antenas siempre duras, el pulso de la vida a cada ráfaga o cata mineral de aire acorralado.
Vuelve Pepe, Tío Pepe, La Moderna regala hoy gambitas saladas de Santander, y sigue el oro por las esquinas, mucha tos, mucha tos, donde todos somos una vieja que llora en el bar del silencio, en plan Leopoldo María Panero. Dibujan –como pintó Umbral- tus manos fumadoras, cortas, duras, de hombre que viene del pueblo y sabe crear en el aire, con un ademán, el perfil de una metáfora, la cadencia de un verso, la estela de un endecasílabo
Eres un interrogante por las rocas –según tu nieta Tacha Romero- comiéndote los erizos de mar como uvas, como castañas, donde las lapas son otra mayonesa (relámpago quieto e inquieto: “Echo de menos cómo se acariciaba la calva para luego apoyar los dedos índice y anular en su bigote”). Tu poesía está llena de niebla, de movimiento obrero, de justicia social y, sí, de esa lucha toda por expresarte, que tuvo que ser grito para ser oída, porque aquí durante mucho tiempo no se puedo. Rompen todas las mordazas tus dientes grandes mientras cruje el alma.
Viejo Pepe de los tabernones de la Plaza Mayor –sigue Umbral- y los trenes a provincias con fugaz equipaje de versos y cordial expectación color de vino. Siempre un beso de vino entre la página y la vida. Libro de las alucinaciones (1964), Agenda (1991), Cuaderno de Nueva York (1998): bastan tres clavos para apuntalar el cuerpo. Bastan dos jaulas para encerrar la libertad como un aire travieso y niño: Quinta del 42 (1952), Alegría (1947).
Grande Pepe Hierro, santo ronco, amigo ronco, arregla este grifo roto de toda nuestra conciencia podrida, mucha tos y oro negro por las esquinas, otro chinchón como un palillo distraído, las alas mojadas, el vuelo bajo, toda la mirada húmeda e inmensa, tan marina, tan salada y dulce al cogerla del pulgar al paso con nuestra lengua loca. Olvidarte sería volver a morir, olvidarte sería no sonreír para siempre: otro chinchón, coño, para beberte entero y que te quedes dentro, luz mojada y lujosa sin compartir con nadie.
Todopepe, grito gris, la vida y esta tos rota como única flor. Hacías vino –finca Nayagua- pero las uvas éramos nosotros, sin enterarnos, acaso llevados por el viento a la región de donde no se vuelve en vano, donde Gloria Fuertes guiña un ojo y tú sonríes.
Por Diego Medrano, crítico de arte y ensayista