Nos hemos despertado con Bonjour Tristesse al enterarnos de la muerte de Françoise Hardy.
Françoise, con su voz suave y su presencia etérea, fue mucho más que una cantante; fue símbolo de una época, una musa que inspiró y conmovió a generaciones.
Su música, cargada de una sinceridad desgarradora y una elegancia innata, sigue llevándonos a esos lugares en los que todo parece ser más luminoso.
En 1962, la lente de Jean-Marie Périer inmortalizó por primera vez el rostro de Françoise Hardy para la revista Salut les Copains. Esta publicación juvenil reflejaba la efervescente ola de la música ye-yé que inundaba el panorama social de la época.
Inmortalizaba así uno de esos rostros en los que mujeres de un puñado de generaciones nos hemos querido mirar.
Hardy se ha ido a los 80 años de edad. Ha sido su hijo, Thomas Dutronc, quien ha anunciado este martes su muerte en las redes sociales: “Mamá se ha marchado”.
Sufría desde hacía dos décadas un cáncer linfático que la llevó a dar un importante salto por la lucha activa por la eutanasia.
En una entrevista reciente a principios de 2024 con la revista Vanity Fair, Hardy insistía en la importancia de poder regularizar la muerte digna.
Pero lo que tienen las musas es que no mueren nunca. Siguen pululando en sus canciones, en todas las personas a las que tocó e inspiró de alguna manera, en su mirada triste y melancólica, en su melena perfecta y en esa voz que proclamó anhelos de todas las mujeres que ahora solo nos queda emocionarnos viendo sus viejas fotografías.
Su canción Le temps de l'amour hablaba de la sensación de eternidad que sentimos cuando nos enamoramos por primera vez, pero la eternidad a la que cantaba Hardy permanecerá en su arte, recordándonos que el amor trasciende las barreras de los tiempos y del olvido.
Te dejamos con la inolvidable voz de Hardy