Si eres feliz, abrazas; y si eres infeliz, compras

En la sociedad capitalista y de consumo en la que vivimos, se ha validado, de muchas formas, la idea de que el éxito y la felicidad están directamente relacionados con la idea de poseer y tener bienes materiales.

Esta falacia nos lleva a comprar de manera compulsiva y a pensar que vamos a ser más dichosos y a estar socialmente aceptados si tenemos mucha ropa, un buen coche, una colección de vinilos o unas exóticas vacaciones.

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Malcolm Liepke.

El problema del consumismo es que lleva en sí mismo una promesa mentirosa: si compras los objetos que deseas, te sentirás feliz. Esa promesa se sustenta en una idea impulsada tras la Segunda Guerra Mundial y que, definitivamente, se ha instalado en las bases de nuestra sociedad: la felicidad está estrechamente relacionada con la capacidad de consumo, o sea, con el dinero que tengas disponible para comprar.

En ese orden de ideas, la felicidad es un resultado de la compra. Lo peor de todo es que esto termina siendo cierto, al menos en apariencia. Lo hace no porque sea cierto en sí mismo, sino porque quienes le dan validez a esas ideas, hacen que se vuelvan una verdad.

Dicho de otro modo, si crees que un traje te otorga más dignidad, te sentirás con menos cuando lleves ropa sencilla. Si sientes que el televisor más novedoso incrementa tus posibilidades de recrearte, sufrirás hasta que no lo tengas en la salón de tu casa, y así sucesivamente.

Lo cierto es que los objetos de consumo nos liberan de un gran problema: otorgarle un sentido a nuestra vida. Nos ayudan a mirar a otro lado, en lugar de explorar en nuestro interior. Es más fácil pensar en cómo comprar un reloj, que definir si los actos que realizamos tienen valor y sentido dentro del mundo.

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El dinero se ha convertido en una garantía de respeto. Por ejemplo, si no tienes ropa cara, puedes sentirte humillado en muchas ocasiones; y si la vistes, te respetan más. El respeto por uno mismo se convierte en un disfraz y depende enteramente de los demás. Cuando aceptas jugar en esos términos, aceptas entrar en una lógica de autodesprecio. Admites que no tienes valor por ti mismo y eso es muy peligroso.

Uno de los aspectos más preocupantes de las compras compulsivas es que siguen un esquema similar al de cualquier adicción. Además, probablemente proporcionan un bienestar similar al que obtiene cualquier adicto cuando consume la sustancia a la que está enganchado. Proporcionan una felicidad instantánea que cada vez es menor y demanda más compras para experimentarse.

Las compras operan como un antídoto temporal para esa sensación de ser insignificante.

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En cualquier caso, la felicidad no está allí. Diversos estudios prueban que las situaciones que proporcionan verdadera dicha tienen que ver más con experiencias y menos con objetos. Una experiencia remueve tu mundo interior y te hace sentir vivo. Las compras, en cambio, aunque también son una experiencia, te proporcionan un entusiasmo superficial y pasajero.

Casi nunca recuerdas el momento en que compraste algo, pero en tu memoria y en tu corazón permanecen el recuerdo de un beso de amor, de una situación graciosa, o del día en que te felicitaron por hacer bien un trabajo.

Lo que más proporciona felicidad es el sentirse íntimamente vinculado con el mundo y con las demás personas. Esto se logra participando en comunidad, siendo un miembro activo de la pareja y de la familia, compartiendo tiempo con los amigos, interesándote por el mundo en el que vives. En otras palabras, la felicidad es una consecuencia de abrazar al mundo y a la vida.

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Malcolm Liepke.

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