Esta es una historia que enamorará a los románticos empedernidos. A esos que siguen creyendo que en el amor todo sucede por algo y que si dos personas están destinadas a estar juntas acabarán por encontrarse por mucho que las circunstancias vayan en su contra.
El relato que se esconde detrás de las imágenes que ilustran este artículo confirman la misteriosa y bella leyenda japonesa del hilo rojo. Esta creencia popular nipona afirma que las personas predestinadas a conocerse se encuentran unidas por un hilo rojo atado con un nudo indivisible al dedo meñique.
El hilo rojo puede enredarse, estirarse, tensarse o desgastarse… pero nunca romperse y, en algún momento, los caminos de esas almas gemelas se cruzarán para siempre para no volver a separarse. El Sr. Ye y la Sra. Xue son una pareja unida por una delicada y resistente hebra encarnada y los verdaderos protagonistas de esta historia.
Oficialmente esta pareja se conoció en el año 2011 en la ciudad china de Chengtu, provincia de Sichuan, en el sudoeste del país. Su historia sería la más habitual en un romance común: se encontraron, quizá un amigo o amiga en común los presentó, se gustaron, continuaron viéndose, se enamoraron uno del otro, en algún momento decidieron casarse y tener hijos (gemelas, en su caso). Nada particularmente extraordinario…
Hasta hace unos días, cuando en una reunión en casa de la madre de ella, la conversación derivó hacia el parecido de las hijas de ambos con Xue. Para aportar datos a la cuestión, Ye rebuscó entre las fotografías de juventud de su esposa y, de pronto, se descubrió a sí mismo en una de éstas, tomada en julio del año 2000 en la Plaza del Cuatro de Mayo, ubicada en la ciudad portuaria de Qingdao, provincia de Shandong, también al este del país, en cuyo centro se encuentra la escultura Viento de mayo.
Al mirar la fotografía de su esposa, Ye se reconoció de inmediato en una de las personas retratadas circunstancialmente en el fondo. Recordó que su esposa había hablado alguna vez de esa visita a Qingdao, pero jamás creyó que ambos la hubieran hecho en el mismo preciso momento.
Ye se reconoció además por otro detalle: su postura era la misma que en ese entonces hacía en todas las fotografías que le tomaban. Es decir: no es sólo que estuviera en la fotografía de su esposa sino que, además, la foto fue tomada en el momento en que él era también fotografiado por alguien más. ¿La prueba? Su propia fotografía.
Los más reticentes en el amor dirán que esta sorprendente historia es fruto de la serendipia, pero para aquellos que quieren seguir creyendo en el romanticismo este es un relato que nos inspira y que nos hace pensar que ahí afuera hay alguien que, como nosotros, está esperando a ser encontrado.