Nueva entrevista, nuevo invitado de categoría, esta vez Juan Herreros (San Lorenzo de El Escorial (1958), una de las figuras más representativas de la arquitectura española –y de la arquitectura a nivel global–, fundamental en la evolución y la redefinición constante de esta disciplina en la historia reciente.
RIZOMAS es un proyecto de Pedro José Mariblanca Corrales, historiador, filósofo, periodista y unas cuantas cosas más… Con un claro guiño a la filosofía de Gilles Deleuze y Felix Guattari –en la que la heterogeneidad, la diferencia, las multiplicidades, el encuentro, la ruptura y las líneas de fuga son las principales armas para escapar del mundo que vivimos y construir posibles en él–, éste ha sido concebido para conversar y aprender con las personalidades más importantes de la cultura, el saber, la ciencia y la técnica.
Doctor Arquitecto, Catedrático de Proyectos Arquitectónicos de la Escuela de Arquitectura de Madrid, Full Professor en la GSAPP de Columbia University de Nueva York, autor de varios libros de gran valor para el pensar-hacer de la arquitectura en la actualidad y reconocido internacionalmente, es uno de los arquitectos con más premios de España. Charlamos con él sobre su profesión y su experiencia; la historia y la filosofía de la arquitectura; y los grandes retos de ésta en el contexto actual y en el futuro. Con ustedes, Juan Herreros.
¿Por qué y para qué decidiste hacer arquitectura?
Creo que decidí estudiar arquitectura de una forma un tanto a voleo porque me evitaba resolver la disyuntiva entre lo técnico y lo creativo que me acompañó durante todo el bachillerato. Una vez en la escuela descubrí, con no poca sorpresa, que había una tercera pata mucho más real y poderosa que tenía que ver con las ramificaciones de los intereses que se inculcaban en aquella ETSAM de los posmodernos 70 que abarcaba política, arte, filosofía, tecnología… Fueron aquellos profesores cultos y súper inquietos, sólo un poco mayores que nosotros y que serían cruciales en la revalorización de la arquitectura española en los primeros años de la democracia, los que nos enseñaron una manera profesional, intelectual y comprometida de estar en el mundo que me ha acompañado desde entonces.
¿Qué es para ti la arquitectura?
Me gusta definir la arquitectura como un conjunto de relaciones superpuestas, muchas veces incongruentes a primera vista. Es decir, que la arquitectura sólo se manifiesta y tiene sentido cuando se ponen en juego una serie de fuerzas, a veces muy dispersas y variopintas, que se sintetizan en lo que llamamos “proyecto”. Así, el proyecto, que no es otra cosa que el documento que acumula un sinfín de decisiones de diseño y conocimientos técnicos de especialidades variadas, solo es tal cuando es capaz de cambiar la vida de las personas, y cambiar aquí significa obviamente mejorar.
¿Para qué sirve la arquitectura? ¿Para qué sirve un arquitecto?
La arquitectura es como un campo de juego que acepta una variedad notable de posiciones individuales y recursos de todo tipo en permanente evolución. Hay muchos tipos de arquitectos y arquitectas, pero todos viven en la Arquitectura. Esta propone, reacciona, decae o florece al ritmo de los tiempos y de los grandes cambios. En este vaivén de teorías y producciones físicas, el arquitecto es, sobre todo, un interlocutor capaz de re describir, primero con palabras y luego con ideas construibles, los deseos y necesidades de las personas. Los arquitectos tienen muchas caras, pero sobre todo son diseñadores y, a pesar del papel crucial de la teoría, el proyecto del que hablábamos hace unos minutos es nuestra herramienta esencial de pensamiento y acción. El proyecto, como la propia palabra indica, supone una proyección, una visión de futuro, una forma de adentrarse, señalar caminos, y pelear por un mundo mejor. Digamos que un arquitecto siempre proyecta, aunque esté enseñando o escribiendo un texto.
Según esto, a tu pregunta de ¿para qué sirve un arquitecto? Diría que para desmenuzar, ordenar y actuar ante fenómenos que nos cuesta entender. En un mundo cambiante en el que sentimos que somos zarandeados por fuerzas muy superiores a nuestra capacidad de intervención, la arquitectura es capaz de introducir racionalidad, belleza y respeto por todos los habitantes del planeta.
Déjame que te ponga un ejemplo. En nuestro proyecto de la nueva estación de Santiago de Compostela añadimos una pasarela que nadie había pedido para resolver una incomunicación de la ciudad central con la ciudad extramuros aceptada con resignación durante más de 100 años. Cuando lo propusimos fue una sorpresa, como si a nadie se le hubiera ocurrido que aquel problema endémico que obligaba a los padres a llevar a sus niños al colegio en coche, que las personas en sillas de ruedas no podían ir al centro por sus propios medios, o que cruzar las vías era una situación de inseguridad aterradora, tenía una solución arquitectónica elemental. Ese regalo, ese dar liebre por gato que decía Alejandro de la Sota (gallego él), es para lo que vale la arquitectura.
¿Cómo se hace hoy la arquitectura? Tú defiendes a ultranza la transdisciplinariedad. Parece un tema recurrente así que te pregunto: ¿Qué tiene de nuevo la mezcla de conocimientos de hoy respecto la de hace unas décadas?
Proyectar arquitectura pudo ser una acción solitaria y ensimismada en otros tiempos. Entonces ya había expertos colaborando en los proyectos, pero básicamente aparecían en la segunda parte para resolver los problemas técnicos enunciados por el arquitecto. Sin embargo, hoy en día, a poco complejo que sea el asunto que se tenga entre manos, ese sistema no tiene cabida. Hoy se diseña en equipo desde el principio, mediante conversaciones con expertos, con los usuarios, dibujando y escuchando, investigando y dando valor a la historia. Sería impensable enfrentarlo solo sin que la ignorancia de saberes esenciales para cada caso aflorara antes o después. Por eso decimos que transdisciplinariedad significa alterar el sistema de la conversación tradicional para que todos los miembros de los equipos tengan momentos de protagonismo en los cuales el arquitecto tiene que saber escuchar y ser secundario. Según este ritual ya no desarrollamos proyectos exclusivamente matéricos, formales o funcionales para que luego otros los trufen de estructuras o de instalaciones, sino que se implica desde el principio a técnicos, usuarios, y otros especialistas que ya no son solo ingenierías, sino que el grupo incluye un sinfín de conocimientos con capacidad de voz y de acción propia. En este sistema de conversaciones entrelazadas, el arquitecto tiene la responsabilidad de seleccionar y hacer compatibles de entre los inputs recibidos, los que le ayuden a generar el proyecto más avanzado, propositivo y eficiente en todos los sentidos. Se ha utilizado mucho la figura del arquitecto como director de orquesta y lo que yo defiendo es que el arquitecto es más bien un DJ, alguien que, sobre la marcha y en función de lo que está pasando y del estado de ánimo de la conversación, samplea fragmentos que, en otro momento casarían de forma diferente igualmente interesante.
Entonces, si el arquitecto no es el director ¿cómo se articulan las voces del resto de personas que participan del proyecto?
Aunque no me gusta mucho la palabra “director”, me vale como respuesta de compromiso al hecho de que este mundo parece necesitar saber siempre quién está al cargo… Bromas aparte, el conjunto de agentes y agendas que confluyen en un proyecto de una cierta complejidad hoy es enorme. Como te contaba, más allá de los obvios ingenieros de instalaciones y estructuras puedes tener que sentar a la mesa a sociólogos, ecólogos, abogados, conceptualistas, servicios sociales, acústicos, iluminadores, historiadores, sin olvidar a los clientes y a los usuarios que demandan procesos de participación que son ya una herramienta contemporánea de diseño muy valiosa.
Esto se traduce en que los estudios tienen que destilar sus propios métodos de trabajo para dar cabida a esta diversidad. En nuestro caso lo resolvemos manteniendo una reunión semanal con todos nuestros clientes y asesores que no pretende solo conseguir aprobaciones sino establecer un caudal fluido de intercambio de intuiciones y conocimientos pragmáticos que van y vienen hasta que sea difícil reconstruir la propiedad de las ideas porque ya no son exclusivas de alguien sino destiladas por la confrontación constructiva del grupo. Obviamente, al final de la cadena está el autor eligiendo y componiendo el proyecto con los inputs recibidos hasta el punto de que hoy la singularidad de cada firma viene de la sintaxis que destila de las innumerables piezas que surgen en el proceso de diseño y construcción de las obras.
Como demostración de que esto es más que posible, te cuento que no hemos conocido un contexto con más espíritu colaborativo y participativo que el noruego. Durante el proyecto y la construcción del Museo Munch, aprendimos que hay una cultura de toma de decisiones y un orgullo por conducirse democráticos que no se basa en querer o convencer sino en escuchar y razonar. A pesar de las dificultades que conlleva un sistema tan negociado, es un modelo de trabajo al que atender con interés.
¿Además de esa conversación semanal, cómo se articula esa interacción con el resto de las personas involucradas en la materialización de cada proyecto?
El primer diálogo siempre se produce con nuestro propio equipo. En esas fases Jens Richter y yo jugamos, por así decirlo, a resto, utilizando más la palabra que otros sistemas. Es el momento de preguntarnos cuál es el verdadero asunto del proyecto, a quién queremos invitar y por dónde queremos empezar. Te sorprenderías de la cantidad de formas de comenzar un proyecto que concurren en nuestra oficina.
Después aparecen los expertos, la segunda esfera, a los que invitamos muy pronto a participar en el proyecto, no para pedirles que nos resuelvan problemas que hemos inventado, sino para preguntarles, por ejemplo: ¿dónde está tu especialidad en este momento en este asunto? ¿cómo podríamos ser propositivos?
Luego aparecen los usuarios ya sean reales o ficticios, potenciales o afectados. Salvo los que ya son directamente clientes, el resto generalmente surgen en el contexto de lo que llamamos participación ciudadana. Las conversaciones informales con la ayuda de los asistentes sociales, comunicadores e intermediarios nos proporcionan mucha información y nos permiten involucrar y entusiasmar a los grupos implicados. Hay que tener en cuenta que es difícil hablar a los demás de algo sobre que solo lo pueden juzgar a través de su experiencia, sus prejuicios o los juicios intuitivos de los líderes del grupo. Un caso habitual es la controversia que suscitan los edificios en altura, generalmente motivada por una lectura un tanto maximalista que asocia la altura a un modelo deshumanizado de ciudad. Es cierto que se han perpetrado abusos y arrasado escenarios valiosos de las ciudades sin escrúpulos, pero no todas las propuestas de alta densidad responden a la misma codicia y las hay que pretenden liberar suelo para espacio público o permitir la convivencia de usos enriqueciendo los programas de los edificios, o negociar complejos problemas topográficos que encarecen las cimentaciones y plantean relaciones difíciles con el suelo… todo merece una explicación y hay que estar dispuestos a darlas.
Y en este terreno de la participación ciudadana. ¿Se están consiguiendo avances o todavía queda mucho por hacer?
En otros contextos hay más confianza en que un diálogo sencillo y sin juicios previos permite estimular el interés por la novedad en los usuarios en lugar de atemorizarles con lo desconocido, algo que dificulta la implantación de los avances más sencillos y beneficiosos. En España, aunque los procesos participativos crecen con velocidad e intensidad dignas de elogio, todavía se tiene una concepción lastrante de la participación como si ésta fuera un buzón de quejas airadas, cuando en realidad debería ser algo más abierto, propositivo y optimista. Aquí no hay costumbre de involucrar a los ciudadanos desde el principio y se espera a que se quejen cuando las propuestas, digamos “novedosas”, han alcanzado un avanzado estado de desarrollo. Tampoco suelen desplegarse procesos de participación estructurados sobre una información rigurosa y un diálogo negociado que permita superar el blanco o negro. Nuestra experiencia es que las personas que no están implicadas en la producción de la arquitectura no saben muy bien lo que quieren, pero quieren decir algo y el problema es que no se les ofrece un espacio amable y atento para que se expresen. Recuerdo cuando en Panamá, antes de diseñar un gran parque frente a un barrio muy conflictivo pedimos entrevistarnos con los líderes sociales para preguntarles qué necesitaban. La respuesta fue sorprendente: espacio. Estas personas nos revelaron un conocimiento profundo de la problemática que supone vivir hacinados, con aceras estrechas, sin espacios públicos, con pavimentos llenos de socavones. Pedir espacio en lugar de instalaciones deportivas o juegos infantiles, que es lo más fácil de conceder, fue una reacción que habla de las fricciones que se viven en estos entornos y de la responsabilidad de los barrios pudientes respecto de la calidad de vida de los más pobres que no se resuelve con gestos paternalistas.
¿Qué es lo más importante en la arquitectura? ¿Al servicio de qué ha de estar?
Lo más importante en la arquitectura es su contenido como servicio. Aunque todo arquitecto trabaja con una agenda intelectual propia, debe compaginar la realización de su obra entendida como legado disciplinar con la convicción de que se debe a los demás. Cuando se terminan las obras, estas son entregadas a sus usuarios que pueden habitarlas durante décadas sin saber de su arquitecto. Obviamente nos queda la autoría como valor y reconocimiento, pero en el día a día de los edificios, lo más habitual es que el tiempo, el esfuerzo y la responsabilidad que supone construir queden sanamente sepultados en un discreto anonimato respecto de los ciudadanos.
¿Cuáles son las principales cuestiones en la agenda de un arquitecto?
Aquí habría que diferenciar entre cuestiones profesionales propias de nuestra disciplina y compromisos compartidos con todos los responsables de la construcción del planeta. Las primeras se refieren a la agenda de la arquitectura en permanente revisión que resumiría en tres frentes: el papel de la investigación como instrumento de proyecto; la multidisciplinariedad y con ella el diálogo como la nueva cultura de toma de decisiones; y la innovación con la que poner a prueba lo establecido. En el segundo grupo relativo a las inquietudes del presente con respecto de las cuales la arquitectura debe tomar posiciones críticas claras podríamos citar su contenido social que podemos centrar en el derecho a la vivienda, a la ciudad y a los equipamientos; la responsabilidad medioambiental y con ella la lucha por la descarbonización, contra el cambio climático y contra la condición extractiva de la construcción; y el uso responsable de la tecnología.
En definitiva, hay que preguntarse siempre cuál es el valor añadido de lo que hacemos, cómo podemos generar beneficios para las personas y el medio ambiente, cómo ir más allá de la mera resolución de unas necesidades conocidas.
Hay una revolución que amplía cualquier acción de una cierta envergadura a una escala global que exige conciencia e implicación. Te pongo el ejemplo de la producción de CO2 y la huella ecológica de la construcción que tienen unos efectos negativos de dimensión planetaria. Si cruzamos estos datos con la geopolítica de la producción, traslado, implantación y residuos de los materiales de construcción, nos enfrentamos a problemas de dimensiones inabarcables generados por una parte del mundo en la otra que apenas tiene derecho a la arquitectura. Por eso, cada decisión cuenta y cada ladrillo o madera que se prescribe debe ir acompañado de un conocimiento de su trazabilidad y carga ecológica, las condiciones humanas de su extracción o fabricación… -pienso en las maderas que colocamos en el Museo Munch o en el acero reciclado de su estructura-algo que no nos plateábamos hace apenas veinte años.
¿Cómo ha de ser para ti un buen proyecto arquitectónico? ¿Qué debe tener?
Un buen proyecto será aquel que contenga una mezcla equilibrada de pragmatismo y poesía. No se trata tanto, o no se trata sólo, de resolver problemas sino de proponer una síntesis de la máxima simplicidad de un conjunto de variables superpuestas, sin caer en la fascinación por la complejidad, sin nostalgias castrantes. Algunas de esas variables serán invisibles en el resultado final, pero construyen la inserción de esa pieza de realidad en otros órdenes de rango superior, ya sea la ciudad, el paisaje, la comunidad…
¿En qué fase se halla actualmente la arquitectura?
La arquitectura que cuenta, la que tiene interés, es aquella que trata de establecer un puente comprometido con su momento. El problema es que esos puentes no duran para siempre y hasta las arquitecturas más sólidas devienen fallidas antes o después. Así, si hubo una arquitectura del Movimiento Moderno que entendió la transformación que estaba viviendo Europa entre las dos grandes guerras y entendió el papel de las nuevas tecnologías constructivas, esa arquitectura hoy en día no es tan válida como lo fue en su momento porque el contexto no es el mismo y porque la
lectura histórica es diferente, con otros flecos y otras prioridades. Por lo tanto, a pesar del interés ineludible de la historia y sus productos, hay que impulsar la evolución de la disciplina antes de que devenga fallida.
En este sentido, la arquitectura actual atraviesa un momento de extraordinaria tensión derivada de la evidencia de que las generaciones más jóvenes van a desarrollar una profesión totalmente diferente a la que han desarrollado los arquitectos y arquitectas un par de generaciones mayores que ellos. Los arquitectos consagrados siempre han sido referencia en todos los sentidos de los más jóvenes, pero ese papel está difuminado por el cambio brusco del contexto y las coordenadas históricas. Como no podría ser de otra forma, permanecen la curiosidad, la sensibilidad y el compromiso, pero las formas de ejercer la profesión están cambiando hasta hacerla irreconocible y no lo digo con nostalgia. Muchos dirán que eso ha pasado en otros momentos de la historia y es cierto, pero el salto que se avecina de mano de la hecatombe climática, la extensión de la inteligencia artificial y la dimensión desbordante de las cifras que definen el presente suponen un reto desconocido. Si aderezamos eso con las dificultades de los más jóvenes para conseguir encargos tradicionales de proyectos y obras entenderemos por qué se está abriendo el espectro de las prácticas profesionales para dar cabida a una serie de modelos muy diferentes de las anteriores. Un fenómeno muy interesante es el surgir de oficinas jóvenes que mezclan edificación con investigación aplicada, diseño de productos con especulación teórica, enseñanza con edición. Son estructuras productivas de gran flexibilidad que gozan de una notable presencia internacional que les permite habitar la vanguardia y conformar el brazo armado de los avances de la disciplina.
¿Cómo se refleja esto en la enseñanza de la arquitectura?
La academia es el sitio en el que identificar los nuevos temas de trabajo, el laboratorio de las ideas, y es también el espacio en el que ensayarlas para saber qué tiene sentido y qué no. Pero lo más importante de las escuelas es la convivencia transgeneracional entre docentes. Cuando se produce es como un milagro que hace desaparecer las escisiones y los vacíos que marcan la falla que en ciertos momentos se produce en la continuidad de la actualización del conocimiento. Por ejemplo, las escuelas más influyentes hoy están discutiendo cómo pueden ser esas nuevas prácticas de las que hablábamos hace unos minutos, y lo están haciendo conscientes de que los jóvenes deben encontrar su lugar y, en cierto modo, matar al padre. Me parece hermosa la idea de que la academia es un amasijo de curiosos y especialistas de varias generaciones que actúan como la morrena de un glaciar que empuja la disciplina lentamente, pero sin detenerse.
¿Cuál es el principal reto de la arquitectura hoy? ¿Cubre las necesidades de la actualidad?
La arquitectura no tiene tanta capacidad de actuar como se le supone sin la ayuda de otras voluntades políticas y económicas que no están a su alcance, pero con cuya complicidad puede transformar el mundo. Digo esto porque la arquitectura es consciente de que vive un momento de desbordamiento empujado por la necesidad de conjugar unas fuerzas de magnitud planetaria contrarrestadas por la puesta en valor de condiciones locales de alta fragilidad, y quiere actuar, sabe cómo hacerlo, pero no estoy seguro de que se den las condiciones de confianza en su capacidad para afrontar los grandes problemas que se nos vienen encima.
¿Cómo ha de ser la arquitectura del futuro (a corto-medio-largo plazo)?
Siguiendo con lo que estábamos hablando, hay una preocupación silenciosa en el aire de gran calado. Somos una profesión del primer mundo, una profesión que se ejerce en países económicamente desarrollados y con cierto bagaje histórico, países en los que la arquitectura ha jugado un papel importante. Y ahí el rol de la arquitectura es
muy fácil de identificar, incluso es posible otorgarle cierto protagonismo porque participa en la mejora de la vida de las personas (se construyen viviendas sociales, equipamientos, escuelas, etc.). A pesar de eso, hay una porción enorme del planeta que ni siquiera tiene acceso a la arquitectura, como no tiene acceso al agua potable. Ésa es una realidad que se menciona muy poco porque, uno por uno, no tenemos capacidad de incidencia en ello, pero hay que tomarlo muy en serio, porque el primer mundo explota a esa porción de la tierra de la que extrae minerales, cosechas y mano de obra. Tendría que haber una forma de empatizar con esos territorios tan castigados y la arquitectura podría ser una buena moneda de cambio, no una arquitectura colonizadora sino una arquitectura sensible con las condiciones locales, fruto de la investigación y la adaptación de la experiencia acumulada en los contextos de la opulencia para asegurar una vida digna al resto de la humanidad.
¿En qué fase se halla actualmente la arquitectura española?
Soy muy entusiasta de la calidad y la capacidad de la arquitectura española referida a un contexto internacional. Como colectivo tiene una notable confianza en la importancia del medio construido para fundamentar una sociedad civil fuerte y se empeña en ello con entusiasmo. En comparación con otros países en los que los arquitectos han desarrollado una actitud exageradamente conformista, la arquitectura española es peleona y muy empeñada en dar valor añadido a la mera resolución de los programas, lo cual es un orgullo. Si pensamos en la contribución de la arquitectura a la construcción de una imagen de país moderno y democrático a finales del siglo XX, creo que se puede afirmar que es una fuerza social, económica y cultural alimentada del amor no solicitado que pone la profesión en los proyectos. No obstante, si tuviera que indicar un par de factores que frenan el potencial de nuestra arquitectura, especialmente en el ámbito internacional, mencionaría la escasez y complejidad de acceder a los grandes encargos públicos con un sistema de concursos obsoleto y muy cerrado a los más jóvenes, y la debilitación de aquella confianza en la arquitectura como instrumento de construcción de una sociedad progresista bien cohesionada.
¿Entonces, qué puede aprender la arquitectura española de lo que se está haciendo en otros países?
Podemos decir que la singularidad de la arquitectura española viene directamente de lo que se transmite en las escuelas. Los arquitectos españoles tienen una formación completísima, conocen perfectamente los instrumentos del diseño, las técnicas y los sistemas constructivos, y además saben historia y no se les escapa la teoría, porque
tenemos unos programas académicos muy ambiciosos. Pero, en esa misma enseñanza, y en el medio profesional en general, falta una formación que proporcione más recursos para profesionalizarse sin perder ese amateurismo comprometido que ha identificado la mejor arquitectura española de los últimos cincuenta años. Me refiero a ciertas habilidades como liderazgo, comunicación, negociación, construcción de narrativas comprensibles… y en definitiva al perfilado de una forma crítica de estar en el mundo que es lo que nos enseñan nuestros colegas de otros países.
Cambiado de tema, ¿Cuál es el gran asunto olvidado en este país?
Te diría que el espacio rural y la periferia industrial de las ciudades adolecen de una falta de utilización de la arquitectura como instrumento de transformación que es una gran pérdida de oportunidades. Se habla insistentemente de descentralización de instituciones y de transmutar la sobrecarga de las periferias de las grandes urbes por el incremento de la masa crítica de las ciudades de tamaño medio, pero hay una notable falta de proyectos urbanos y arquitectónicos en ambos sentidos.
Lo peor que nos puede pasar es que lo que ocurra en el campo y en la periferia industrial de las ciudades no responda a una planificación sino a una especie de pequeña infección progresiva que, cuando nos queramos dar cuenta, se haya llevado enormes extensiones de territorio por delante sin un proyecto que consolide la mejor relación de la ciudad con la naturaleza o permita que el campo se convierta en territorio equipado y nutrido de oportunidades para los más jóvenes.
¿Dónde se está desarrollando la mejor arquitectura hoy día?
Hay dos contextos que nos pueden servir de referencia. Uno es el europeo, donde Bélgica y Holanda son un buen modelo al menos para España por múltiples razones. Es emocionante ver concursos que reciclan enormes complejos industriales o de oficinas, amplían museos, o convierten en residenciales construcciones sorprendentes antes de derribarlas para empezar de cero. El valor otorgado a la invención tipológica es encomiable y habla de confianza en la capacidad propositiva de la arquitectura en vez de repetir una y otra vez el mismo bloque de viviendas. A este modelo están adscritos una serie de estudios de arquitectura muy vanguardistas y experimentales que hace años miraban a España como referencia. Hoy nos han superado en optimismo y singularidad de producción.
El otro escenario al que prestar atención es Latinoamérica, donde se produce una arquitectura de alto valor propositivo con una cierta modestia de medios, una arquitectura por lo general bastante sencilla que, por sus contextos económicos y sociales y por su disponibilidad tecnológica, incluso cuando se diseñan edificios de gran tamaño, nos da una cierta lección en cuanto a la construcción de un modelo de calidad o de confort que demuestra que un poco de imaginación puede lograr maravillas. Y, cuando viajamos a lugares como México y vemos lo que construyen nuestros colegas, nos da una cierta envidia porque hay un concepto muy diferente de la calidad del acabado relamido que tenemos en Europa y muy diferente también sobre la durabilidad o la condición ruda de los materiales. Tienen otras normativas y otros presupuestos, sí, pero hay algo ahí que encierra el germen de una nueva belleza o de una belleza diferente, que no es la de la perfección dictada por un mercado caníbal, sino más bien la de una displicencia y una naturalidad que nos abre muchos caminos y nos enseña que, como decía Gil de Biedma, “lo que no añade, mata”, porque en este momento, renunciar a lo superfluo, especialmente en nuestros contextos europeos super desarrollados, es una gran demanda o al menos una reflexión pendiente.
¿Se está homogeneizando la arquitectura en el contexto actual?
Desgraciadamente sí. Y se trata de una homogenización que tiene dos caras derivadas de la globalización de los modelos de calidad y de confort. Con modelo de calidad me refiero al igualamiento estético destilado por el consumo global que parece querer ser abrazada por todo el planeta. Y con modelo de confort, al cambio iniciado hace ya décadas por la aparición de las tecnologías que nos permiten manipular el clima interior de los edificios compitiendo y degenerando la arquitectura vernácula que era capaz de establecer mediaciones de gran riqueza entre el interior y el exterior y entre la arquitectura y la naturaleza de las que hoy sería posible disponer versiones actualizadas y coherentes. No hay que confundir este comentario con la nostalgia localista, pero sabemos que en esas pérdidas se diluye la historia, el pasado y todo lo que nos ha construido como civilización. Borrarlo de un plumazo porque lo dicen las revistas de consumo es una irresponsabilidad. Por eso, cuando nos esforzamos junto a Daniel Bermúdez en dotar al Centro de Congresos de Bogotá de ventilación natural eliminando el uso del aire acondicionado, estamos llamando la atención sobre el hecho de que ciertas latitudes tienen una climatología en la que la climatización artificial es una aspiración innecesaria por parecerse al norte rico, mecanizado y con climas totalmente diferentes.
Eres un firme defensor de que lo local y lo global son compatibles, ¿cómo conjugarlos? ¿Cuál es ahora mismo el mejor terreno para experimentar con la arquitectura?
El mejor instrumento para fusionar lo global y lo local es la información. Soy un gran defensor de que hay que dar la vuelta al mundo para luego volver a tu casa, ver tu entorno con el extrañamiento de un forastero y ser capaz de valorar aquellas variables irrepetibles, esas cosas que tienen verdadero contenido, que se han convertido en invisibles para la gente local que ya no les da ninguna importancia y, viceversa, restar valor a ciertos orgullos construidos sobre la ignorancia de lo que pasa en el mundo. Proyectándolo al trabajo realizado por los arquitectos en contextos ajenos, este aprendizaje permite detectar los valores locales que nuestra interpretación de forastero sensible debe potenciar en lugar de arrasar en favor de una supuesta homologación no siempre deseable. Al final se trata de ser respetuoso y delicado porque ya no se trata sólo de la arquitectura, sino del paisaje, la agricultura, los animales y, como dice Latour, todo lo humano y no humano. Hay que sentir un poco de envidia de aquellos lugares del Mediterráneo que en las décadas de los cincuenta a los setenta fueron descubiertos por forasteros curiosos que les dieron valor y evitaron, aunque solo fuera por unas décadas, que sucumbieran a una idea equivocada de progreso. Lugares que fueron muy bien preservados, muy bien vividos y muy bien actualizados, en los que las personas de fuera, viajadas, leídas y con información de otras latitudes ayudaron a sus habitantes autóctonos a construir un orgullo de pertenencia.
Dejando a un lado la teoría, que menuda turra te he dado, ¿cómo es un día en la oficina para Juan Herreros? ¿Te involucras en todos los procesos de tus proyectos? ¿Hasta qué punto delegas en ellos?
Todo arquitecto tiene un proyecto crucial a largo plazo que es su estudio y su agenda. Eso hay que diseñarlo y no te puedes dejar llevar por las necesidades del momento porque sucumbes a la tercera o, sencillamente, conviertes tu trabajo en una rutina que con seguridad derivará en poco productiva y, lo que es peor, poco divertida. En mi caso se trata de un proyecto compartido con mi socio Jens Richter y se basa en la revisión y adaptación constante de nuestra forma de trabajo.
Desde un punto de vista más personal, soy de esas personas que necesitan de una cierta rutina que me lleva a ser madrugador y dedicar el comienzo del día a trabajar en mis textos y mis clases. Luego voy al estudio, donde básicamente tengo reuniones y conversaciones con Jens y los directores de cada proyecto. Es como jugar varias partidas simultáneas de ajedrez, saltando de proyecto en proyecto, con reuniones que nunca son muy largas, dando pequeños empujones a todo.
Cuando estoy viajando, generalmente involucrado en mis clases en la universidad de Columbia, se invierte la rutina porque estoy en otro horario: dedico la madrugada al despacho mediante videoconferencias y por la tarde, cuando España duerme, tengo unas horas de silencio muy valiosas. Para mí es muy interesante combinar las conversaciones en persona de Madrid, con papeles y dibujos sobre la mesa, con las sesiones de videoconferencias en las que prevalece la palabra y la relación con el proyecto en cuestión es, digamos, menos visceral y más distante, lo que permite ponerlo en duda sin traumas. Supongo que esta rutina tiene mucho que ver con las conversaciones que tengo desde hace casi cuarenta años con mis alumnos cuyos proyectos trato de mejorar solo mediante la palabra y el razonamiento en directo. Y es que cuando estás muy involucrado en la producción de un proyecto, es muy difícil ver y aceptar que hay que darle la vuelta para que funcione mejor y se necesitan escenarios menos ensimismados desde los que poder tomar esas decisiones.
De todos los sitios en los que has trabajado, ¿en cuál te has sentido mejor? ¿Dónde te has sentido más libre?
Básicamente, yo he tenido tres estudios –uno con Iñaki Ábalos, mi socio durante 20 años, otro solo durante 10 años y otro con Jens Richter que ha cumplido una década este año- y he enseñado en una docena universidades si bien la ETSAM de Madrid y la GSAPP de la Universidad de Columbia en Nueva York se han llevado la mayor parte de mi tiempo dedicado a la academia. En profesional tengo muy buenos recuerdos de las tres etapas que he vivido, pero me quedo con la actual, un lugar fértil habitado por gente entusiasta y con mucho cariño por lo que hacemos. Respecto de la universidad, tengo que decir que en España hubo unos años maravillosos que abarcan desde los setenta hasta la crisis del 2008 en los cuales la transformación de la cultura arquitectónica del país se gestó desde la universidad. Eran tiempos en los que en las escuelas de arquitectura se tenía la percepción de estar involucrados en algo valioso que trascendía el ámbito académico. Por último, he tenido la suerte de vivir en la escuela de arquitectura de la Universidad de Columbia la negociación de todas las inquietudes de los últimos quince años, desde la climática a la financiera, desde el me too al black lives matter, conflictos políticos y humanitarios incluidos como el más reciente en Palestina. Aquel es un territorio de verdadera libertad, aunque muy exigente y discutidor, en el que todos se someten a una confrontación deportiva y a una constante pregunta sobre si lo que estamos haciendo es pertinente o no. Y es que quizás la gran cualidad de la academia americana es que, desde el respeto a la historia en todos sus sentidos y con el orgullo de haber estado siempre a la vanguardia de las ideas, los temas de trabajo y las rutinas de la enseñanza se ponen permanentemente en crisis y se reflexiona insistentemente sobre el tipo de profesional que se quiere formar. Si a eso añades cómo y cuánto se valora la aportación de cada uno y lo que se progresa en lo personal simplemente por el hecho formar parte de esa comunidad, tienes el escenario servido. Por eso, si me preguntas dónde me he sentido más libre te diría que en mi estudio actual, en la ETSAM de los noventa y la primera década de los dos mil y en la GSAPP de los últimos 15 años. En los tres casos, la sensación de estar trabajando sin red, pero sintiendo la seguridad de estar bien acompañado, con una buena estructura y discusión constante, es lo mejor que he vivido como arquitecto.
¿Cuál ha sido tu proyecto más ambicioso? ¿Cuál ha sido el rompecabezas más difícil al que has tenido que enfrentarte?
No quiero pecar de obvio porque he tenido pequeñas obras que nos han supuesto muchos quebraderos de cabeza para sacarlas adelante y luego han tenido una repercusión inmensa en comparación con su tamaño, pero el Museo Munch ha sido el proyecto más trascendental en la vida de nuestra oficina y en mi propio desarrollo como arquitecto. El concurso se lanza en 2008 y el museo se inaugura en 2021. Durante trece años el proyecto y la obra del Munch ha estado insistentemente presente en nuestro estudio, llenándolo de novedades, contextos, idiomas, tecnologías, modos de proceder, y sistemas de comunicación completamente desconocidas para nosotros. Más que un proyecto, el Munch ha sido como un gimnasio intenso que ha alimentado muchas de las rutinas y muchas de las singularidades de nuestro sistema de trabajo y ha desarrollado y afianzado muchas de mis intuiciones anteriores como lo importante que es no tener seguridades absurdas y dudar lo máximo posible, porque en la duda es donde está la novedad y la creatividad. Pero, al mismo tiempo, en el contexto nórdico, donde todo se contrasta con un cierto pragmatismo, por muy subjetivo y creativo que sea un momento de diseño, hay que aprender que todo debe poder ser evaluado y sometido a criterios de beneficio lógicos. Este aprendizaje nos ha ayudado a enfrentar muchos otros proyectos en otros lugares en los que nos hemos tenido que someter a otras normas, otras posibilidades, y otras tecnologías.
¿Qué le queda a Juan Herreros por hacer?
Tenemos una serie de líneas de investigación y diseño que nos gustaría plasmar en algunos proyectos de una cierta ambición en España. Me refiero a los reciclajes de enclaves industriales, la democratización de los museos consolidados o la revolución en el espacio del trabajo. Nuestra búsqueda de encargos es muy intencionada porque preferimos invertir nuestras fuerzas en aquello que sintoniza con nuestros intereses y compromisos. Eso nos lleva a trabajar más en el extranjero que aquí, pero nos gustaría revertir la situación por puro cariño a nuestro entorno. Si bien es cierto que nuestra forma de trabajo es laboriosa e incluye muchas ecuaciones, muchas personas y muchas idas y venidas, no fallamos en los costes ni en los tiempos, pero necesitamos clientes enamorados de su plan y que quieran participar en su desarrollo. Por citar los casos post-Munch, el trabajo que hemos hecho para la Estación de Santiago de Compostela, la Colección Solo en Madrid, el Museo MALBA de Buenos Aires o la Sauna de Oslo son elocuentes en cuanto al tipo de relación que buscamos con nuestros clientes ya sean públicos o privados y marcan el camino de lo que nos queda por hacer.
¿Qué se viene?
Estamos haciendo unos cuantos proyectos, preparando algún que otro libro y trabajando en los programas académicos del año que viene. Después de completar piezas gigantes, de alta complejidad y realización muy dilatada en el tiempo como el Centro de Congresos de Bogotá, el Munch de Oslo o el complejo residencial del antiguo barrio portuario de Marsella, ahora tenemos sobre la mesa una combinación de proyectos de diversos tamaños. Los más grandes tienen vida propia y se dilatan en el tiempo; los de escala media nos ofrecen una agradable satisfacción cotidiana. Los controlamos muy bien, nos permiten ir a las obras y ocuparnos de aspectos que en otros casos hubiéramos tenido que delegar. Hemos inaugurado el nuevo museo MALBA, en el norte de Buenos Aires, un proyecto muy social y medioambiental que no responde a las convenciones de un museo de arte contemporáneo prototípico. Y en lo que queda de 2024 vamos a terminar un espacio para una importante colección de arte en Bilbao y el segundo enclave del proyecto SOLO en Madrid, ambos resultantes de la intervención en edificios industriales. Mientras tanto, estamos a vueltas con tres grandes proyectos de barrios ecológicos en Madrid, Valencia y Bucarest y algún que otro edificio emblemático en Montevideo y Santo Domingo. Digamos que estamos bastante entretenidos…
Fotografía de portada: Juan Herreros por Jan Khur.
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