Niñas de Cádiz

Rizomas #5: Entrevista con la dramaturga Ana López Segovia

Prosigue la magia de nuestro proyecto rizomático. Y lo hace de la mano de una de las mentes más interesantes de las artes escénicas españolas, la aragonesa circunstancial, gaditana de corazón, madrileña adoptiva y nómada por profesión Ana López Segovia (Zaragoza, 1974), filóloga, dramaturga, directora de teatro, actriz, cantante y humorista.

RIZOMAS es un proyecto de Pedro José Mariblanca Corrales, historiador, filósofo, periodista y unas cuantas cosas más… Con un claro guiño a la filosofía de Gilles Deleuze y Felix Guattari –en la que la heterogeneidad, la diferencia, las multiplicidades, el encuentro, la ruptura y las líneas de fuga son las principales armas para escapar del mundo que vivimos y construir posibles en él–, éste ha sido concebido para conversar y aprender con las personalidades más importantes de la cultura, el saber, la ciencia y la técnica.

Fotografía de ©Moisés Fernández.

Con más de tres décadas de carrera a la espalda, esta poderosa creadora de mundos e historias juega un papel fundamental en el mundo de la cultura española. Conversamos con ella sobre sus inicios en el teatro, su papel en el Carnaval de Cádiz, su evolución en la dramaturgia y su devenir en todo cuanto hace y representa. Con ustedes, Ana López Segovia.

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¿Cuándo, cómo, por qué y para qué se introduce Ana López Segovia en el mundo de la interpretación?

Pues empecé con catorce años, cuando entré en el instituto, donde me apunté a una compañía de teatro aficionado, que nace en el instituto, pero que luego se desliga de éste y empieza a funcionar de forma independiente.

Súperapasionada con el teatro desde entonces, después, en la universidad, fundé mi propia compañía, Caramba Teatro, que fue el germen de todo cuanto me ha traído hasta aquí. Porque en esa compañía estaban también mis compañeras Alejandra López y Teresa Quintero, con las que empecé a salir en el Carnaval callejero de Cádiz –que tiene mucho de teatro y unas posibilidades expresivas interesantísimas– y con las que creé la Chirigota de las Niñas, que nos llevó del teatro a la chirigota –para luego volver con ella al teatro–.

Todo ello, desde que empecé, siempre con la misma pasión, una pasión alentada también por mi familia, una familia muy humilde, pero con mucha sensibilidad artística, pues mis padres, que eran unos apasionados del arte, la música y la expresión artística en general, ya desde chiquititas, nos enseñaban, nos ponían a cantar y nos animaban a escribir. 

¿Qué papel juega Cádiz en todo ello y en todo cuanto has hecho y haces?

Una cosa que he descubierto con los años y con los grandes es la importancia de hablar al mundo desde tu aldea, como decía Tolstoi; o, como decía García Márquez, hablar de lo que sabes, de lo que conoces, siempre partiendo desde tu propia persona y desde tu propio entorno. Es decir, la importancia de hablar desde lo tuyo y desde lo que tú conoces, porque si hablas de cosas abstractas y cosas que no vives en tu día a día, lo que dices, al final, no tiene espíritu. 

En ese sentido, y debido al contacto con el Carnaval callejero, sus formas de expresión y esa cultura popular tan rica que hay en Cádiz, yo tengo que hablar desde ahí. Además, que a mí me encanta la cultura popular a todos los niveles. Yo estudié literatura popular, literatura medieval… y eso me apasionaba. Luego vi que los grandes autores (Lope de Vega, Góngora, Cervantes, Lorca, etc.) bebían todo el rato de la cultura popular, y los trovadores provenzales, las cantigas de amigos, etc., es que es una cosa alucinante. 

En mi caso, vengo de una tierra con una cultura popular… ya no sólo Cádiz, sino Andalucía en general, con el flamenco y la copla, por poner dos ejemplos, que son ejercicios de condensación maravillosos, con un poder artístico y lírico espectacular, y unas letras y unas canciones extraordinarias, transmitidas en muchas ocasiones oralmente, que cuentan en muy pocos versos toda una historia. Ése es el legado de mi tierra –junto al legado culto, por supuesto–. Y a mí me gusta hablar desde ahí, y utilizar todos los ingredientes populares posibles, como hacían Lorca o Camarón, que tenían una gran capacidad para llegar a todo tipo de públicos, porque pienso que todos los públicos pueden ver mis espectáculos. 

¿Qué significan el Carnaval callejero y el humor para ti?

El Carnaval de la calle tiene un nivel de sofisticación espectacular. En él no hay autores o autoras, simplemente gente que escribe; tiene cosas de nivelazo; y esa magia, tan bonita, de escribir para un año y al año que viene te olvidas, ese desprendimiento de la creación, el cual, me parece, tiene una poética espectacular.

Es que el nivel del Carnaval callejero es tan increíble que… ¡¿Cómo no te vas a enamorar de eso?! Para mí ha sido una escuela de escritura. Te obliga todos los años a escribir y, cuando te das cuenta, llevas ya veinte escribiendo para la calle, en verso, que eso es otra liga, condensando, sintetizando, diciendo mucho con muy poco y con unos recursos estilísticos de primer orden –como el doble sentido o la metáfora–. Por eso soy una apasionada del Carnaval, porque es imposible no enamorarte de una manifestación de tanto calado.

Con respecto al humor, tengo que volver a Cádiz, donde hay una gran obsesión con el humor, una obsesión dramática. Porque, en general, la población gaditana se siente constantemente obligada a hacer chistes sobre su situación, el humor es superior a ella. Y eso es una manera de huir de la realidad brutal, y de llegar a un nivel existencial que ni la filosofía, pues lo que nos enseña es que somos conscientes de que no sabemos si la vida tiene sentido o no, si es absurda o no.

La gaditana es una civilización muy antigua, por la que ha pasado mucha gente, ha estado arriba, ha estado abajo, ahora mismo lleva varios siglos de decadencia y el humor es una vía de escape, una forma de quitarle hierro a todo y una manera de no tomarse demasiado en serio muy interesante. Es súper importante y con él se dicen muchas cosas. No es algo blanco, no es frívolo, todo lo contrario, tiene detrás una "jondura" y una filosofía para encarar la vida sorprendentes.

¿Y la Chirigota de las Niñas?

Es una parte de mi vida a la que no puedo renunciar y que siempre vuelve. Todos los años pasa lo mismo: en febrero salen contratos y siempre pido que el segundo fin de semana de Carnaval se quede libre, independientemente de si salgo a la calle o no.

Sé que es conflictivo con el resto de personas que conforman la compañía, porque el trabajo, tal y como está la cosa hoy día, es muy importante –aunque, por suerte, a nosotros no nos falta–, pero es que sé que va a llegar el momento y me voy a tirar de los pelos como me tenga que ir de Cádiz el segundo fin de semana de Carnaval, porque ya me ha pasado, y cuando me voy, lo hago con una pena y con un peso en el corazón… Es que cuando va llegando el Carnaval, sueño mucho con él: que no tengo hecha la chirigota, aunque no vaya a salir; cuando teníamos veinte años, pegando botes en la calle, borrachas, todo con una poética mágica… No puedo desligarme de eso. 

Para mí, lo más importante del mundo, aparte de mi hijo, es el teatro, pero el Carnaval es mi pasión, y no puedo desligarme de él, independientemente de que apenas saque cosas o salga muy poco –debido al tremendo esfuerzo físico que requiere la calle y a que ya no estoy para emborracharme todos los días, porque soy incapaz de salir en Carnaval sin tomarme mis cervezas, y lo tengo muy asociado a la fiesta y al cachondeo, aunque debería intentarlo–. Pero el Carnaval sigue siendo sagrado y algunos de los recuerdos más bonitos de mi vida están asociados a la Chirigota de Las Niñas, a mis compañeras y al Carnaval de la calle. 

Fotografía de ©Javier Naval.

¿Cómo surge la idea de mezclar la magia de la calle con el arte del teatro?

Cuando eres creadora, es inevitable querer hacer algo así. Además, el Carnaval callejero, comparado con el teatro, es que es una cosa, de verdad… Cuando estás en la calle, en medio de la fiesta, que es algo tan dionisiaco, con tu cervecita, cantándole a la gente, que está también imbuida en ese ambiente festivo, con su cervecita y su vinito, cómo se ríe, cómo participa, el contacto a pie de calle con el público, la improvisación, la ruptura de la cuarta pared… Pues claro, me dije: “yo quiero llevar eso a los escenarios”.

Creo que todavía no lo he conseguido, pero esa intención sigue todavía en mi compañía de teatro, eso es lo que queremos, que el público se sienta con esa libertad, también expresiva, y que ésta no sólo fluya entre las personas que están en el escenario, sino que la gente en el patio de butacas esté también desinhibida y de fiesta. Ojalá algún día lo consigamos, porque, desde mi punto de vista, lo que sucede en las calles de Cádiz es un espectáculo teatral de primer orden, de verdad. 

Es algo estrechamente relacionado con lo que decía Ramón María del Valle Inclán en Los cuernos de don Friolera, creo que era, acerca de llevar a los teatros el temblor de las corridas de toros. Yo, obviamente, no soy taurina, pues lo de los toros es algo que no comprendo, ni lo comparto, pero entiendo lo que quería decir Valle-Inclán, porque llevar al teatro la pasión de ese espectáculo, que es a vida o muerte, llevar ese temblor de las corridas de toros… En mi caso es menos dramático, pero llevar al teatro esa fiesta que se da en las calles de Cádiz por Carnaval, que el teatro vuelva a ese rito festivo, profundo y lúdico, si se pudiera conseguir, sería maravilloso.

Evidentemente, cada sala es de una manera –unas son más burguesas, otras más acogedoras, hay de todo–, pero nosotras intentamos romper constantemente la cuarta pared y estamos interpelando al público en todo momento.  Además, tenemos la inmensa suerte de trabajar en todo tipo de lugares, muchas veces pueblos a los que vamos contratadas por los ayuntamientos, lo cual es súper importante, pues de esta forma se mantienen los circuitos teatrales.

¿Por qué? Porque los circuitos no sólo son buenos para las compañías, que cobran un caché –que suele ser pagado por el ayuntamiento, normalmente junto a otras instituciones–, sino también para el público, que puede acceder al teatro a precios populares gracias a estos circuitos, los cuales permiten que el teatro que se hace en la ciudad y en los grandes espacios llegue a los pueblos pequeños.

Y de pronto tenemos en el público señoras mayores que están apasionadas con lo que están viendo en el teatro, y creo que tienen derecho a ello. Es decir, la gente que no es de ciudad y que, por ello, no puede ir asiduamente al teatro –porque no hay en su entorno– tiene derecho y debe tener acceso a esa cultura.

Por eso es importantísimo conservar los circuitos, no sólo por el egoísmo de las compañías, que, en muchos casos, vivimos de eso, sino también por la pervivencia de los teatros en los pueblos, para que la gente pueda ver teatro y que la vida en ellos fluya –porque luego dormimos en sus hostales, nos tomamos la cervecita en el bar después de la función y, entre todos, hacemos que el tejido de estos lugares, que es muy importante, esté vivo–.

El teatro, para nosotras, es un espacio de reunión, un ágora, un sitio en el que se reúne el pueblo para ver algo e interactuar con ello, como las señoras que te comentaba, que, de pronto, participan y te comentan en voz alta lo que está pasando. O esas personas y esos chavales que ven una obra y, de repente, dicen: “Dios, qué inspirador, yo quiero hacer algo así”. Hay que romper con la solemnidad de los espacios teatrales y convertirlos en lugares de encuentro. Y en eso estamos, lo cual es muy fácil de hacer, más en los pueblos que en los teatros burgueses de las grandes capitales. 

Ya la veníais liando a base de bien con vuestra chirigota callejera y su revisión crítica del papel de las mujeres en el pasado y en la sociedad actual, pero dais a un gran salto hacia delante con Chirigóticas y sus poderosísimos espectáculos, y trascendéis las fronteras gaditanas y andaluzas, ¿qué se te viene a la mente cuando piensas en tan bella etapa? 

Pues mira, eso fue un momento crucial y muy importante. Porque nosotras empezamos a trabajar ya con la chirigota, empezamos a hacer espectaculitos de pura chirigota y empezamos a trabajar en espacios más convencionales: en Valladolid, en Valencia, en algunos teatros… Pero yo, como dramaturga, aunque hacía teatro y tenía muchos contactos, estaba todavía empezando.

Entonces, aparece Antonio Álamo, nos propone crear un espectáculo y empezamos a escribir juntos para Chirigóticas –yo me encargaba más del verso y del carnaval y él dirigía y se hacía cargo de la dramaturgia–. Todos esos años, los de Chirigóticas, once en total, fueron unos años de aprendizaje impresionante. 

Y claro, lo de formar tu propia compañía, pues imagínate. Yo tenía ya la experiencia de La Zaranda, que para mí es un referente, no sólo creativo, sino también a nivel estructural, de cómo concebir y cómo manejarse en el mundo teatral, a qué publico quieres llegar, en qué circuitos quieres entrar, si quieres hacer teatro comercial o no… Y éste fue el modelo que más me gustaba para mi propia compañía. Lo que pasa es que éramos muchas sensibilidades distintas y no todo podía ser como una quería. 

Una vez que terminó la etapa de Chirigóticas y empezamos con Las Niñas de Cádiz, Alejandra López y yo tomamos las riendas del proyecto y ahí sí definimos qué tipo de compañía queríamos y qué tipo de espectáculos íbamos a hacer. En esta nueva etapa, en la que yo soy la que se encarga exclusivamente de la creación textual, nos enfocamos más a lo que nosotras queremos hacer, que está más enfocado al teatro.

Después de algo más de una década con Chirigóticas, dais otro paso hacia delante y creáis la compañía Las Niñas de Cádiz, ya sin Antonio Álamo a la dirección, sino contigo como autora y directora. ¿A qué se debió ese cambio? Porque, con ella, Cádiz, que siempre ha estado a vuestro lado, tiene un papel mucho más destacado en todo cuanto hacéis, pero, como has comentado en otras ocasiones, también depuráis vuestro lenguaje. ¿Podríais hablarme más sobre este proceso?

Bueno, de las diversas razones por las que cambiamos, la más destacada es la referente al agotamiento de la compañía, que no daba más de sí. Por ello, pasó un tiempo, nos paramos a pensar en qué hacíamos y empezamos, de nuevo, con un espectáculo exclusivamente de Carnaval –Cabaré a la gaditana–, pero ya con una mínima dramaturgia y un lenguaje más elaborado.

El espectáculo tuvo muchísimo éxito y, a raíz de ahí, empezamos con nuevos montajes, seguimos con Lysístrata (2500 años no es nada), después nos metimos con El viento es salvaje –en el que participa José Troncoso, que ha trabajado con nosotras en la dirección y ha sido también una piedra angular en este proyecto porque ha aportado muchísimas cosas y, además, compartimos muchas cosas con él, como nuestro lenguaje, nuestro mundo y nuestro origen– y ahora estamos con Las Bingueras de Eurípides –en la que José también se ha involucrado al cien por cien, tanto en la dirección como en la interpretación–. 

Con Las Niñas de Cádiz el lenguaje está ya sentado, no tiene costuras, es de una pieza, es evidente y directo, está consolidado y la poética está muy clara. La gente sabe qué es lo que va a ver, algo que con Chirigóticas estaba todavía en proceso. Ahora tenemos un lenguaje y una estética muy claros.

Cambiarán los espectáculos, pero la marca está absolutamente clara para el público, lo cual se nota. Con el cambio de compañía, hemos experimentado un crecimiento exponencial y hemos dado un salto muy grande y muy obvio, a nivel de aceptación del público, de trabajo, de premios y de reconocimientos. 

Obviamente, esto no empezó ayer, son muchos años, más de veinticinco, indagando en este lenguaje, que para mí no es sólo Carnaval, sino que bebe mucho de la fusión de la llamada cultura con palabras mayúsculas –es decir, la cultura institucional o de tradición literaria, porque no me gusta llamarla elitista, el teatro convencional– y la cultura popular.

Son muchos años de investigación y creo que ahora estamos recogiendo sus frutos, que el crecimiento ha sido natural y no viene de la nada, pues hemos currado mucho y hemos tenido muchos fracasos por el camino –porque no dábamos con la fórmula y no nos salía lo que queríamos–. 

Éste es el momento en el que estamos. Seguiremos evolucionando, pero los mimbres están consolidados. Hay investigación, pero ya tenemos claro nuestro lenguaje, sabemos cuál es nuestro fuerte y qué ofrecemos, qué es lo que nos distingue, aquello que sólo nosotras podemos dar al público porque es exclusivamente nuestro.

Investigamos, seguimos creando, tenemos nuevos proyectos con nuevas cosas, pero ya no divagamos y trabajamos sobre suelo firme, y eso te lo dan la experiencia y la vida, que te van llevando por aquí y por allá, y te van enseñando. 

Evidentemente, de alguna manera, tú sueñas con esto, y vas descubriendo qué es lo que quieres, que está ahí desde el principio. Yo hago teatro desde siempre y una de las experiencias más bonitas que he vivido teatralmente ha sido la gira que hicimos por pueblos de Andalucía con poquísimos habitantes a través del proyecto La Barraca, del Centro Andaluz de Teatro, con una obra de Federico García Lorca, Los títeres de cachiporra, en la que uno de los personajes, el Mosquito, apela a ese teatro que va por los pueblos, buscando la gente sencilla… Allí estaba ya la semilla, y aunque he dado muchos bandazos, al final, adónde he ido es ahí.

Yo no sabía que eso era lo que quería, lo he descubierto después de todo este tiempo, haciendo muchas otras cosas –como mis incursiones en el ámbito de lo audiovisual, que también me interesa y me gusta mucho–, pero con mi corazón en su sitio, sabiendo dónde tiene que estar, algo que ahora, con cincuenta años, tengo clarísimo, pues sé hacia donde tienen que ir mis energías y qué es lo que me conmueve y lo que me emociona. 

Y llega el Premio Max de las Artes Escénicas al Mejor Espectáculo Revelación en 2020, ¿cómo vivisteis aquello? Ya lo tenía, pero ¿cobró más sentido, si cabe, lo que hacéis y defendéis en la calle y las tablas? ¿Qué significó para ti y tus compañeras?

Pues a ver, ya teníamos el reconocimiento del público, porque siempre hemos solido llenar nuestras funciones. Pero claro, este componente popular tan fuerte que defendemos es verdad que despierta bastantes prejuicios, porque parece que no estás haciendo alta cultura o una cosa sesuda con un profundo trasfondo, que es todo costumbrismo y humor sin más.

Por eso, que la profesión te diga “no, no, que aquí hay un lenguaje teatral depurado, hay un proceso intelectual consciente, no son cuatro niñas pegando gritos en un escenario para hacerte reír, aquí hay algo, hay material teatral que merece un premio”. 

Evidentemente, para nosotras eso fue súper importante, porque la profesión nos reconocía y entendía nuestro trabajo y nuestro proceso creativo. Y luego… caramba, que te den un premio, para el ego, es maravilloso. Y el que diga que los premios no valen para nada, o no le han dado nunca uno o miente, porque los premios son fantásticos y yo ya nada más que quiero que nos sigan dando.

Es verdad que nosotras ya teníamos un gran bagaje, pero el Max nos dio una visibilidad muy bonita, y de pronto la gente te miraba de otra manera, porque gustábamos, pero, además, teníamos un premio; incluso hubo gente a la que a lo mejor no le interesábamos y que, por el hecho de tener un premio, empezó a ver qué hacíamos. Una maravilla, vamos. 

Fotografía de ©Daniel Pérez.

Con una clara influencia de tu formación como filóloga, pero siendo a su vez historiadora –porque la historia y su divulgación son importantísimas en gran parte de tu obra–, ¿cómo es tu día a día a la hora de crear y materializar tus creaciones artísticas? ¿De dónde bebes? ¿Cómo te inspiras? ¿Quién te acompaña en el proceso?

Pues la verdad es que la inspiración no es sólo mía, sino también de mis compañeras y del resto de personas con las que hemos trabajado en nuestras obras.

Las chirigotas, normalmente, se pensaban en grupo, con lluvias de ideas y chistes de todas las compañeras, especialmente de Alejandra López, que tiene un cráneo privilegiado, y luego yo me encerraba a escribirlas.

Y con el resto de trabajos, pues depende, hay veces que las ideas parten de una misma y otras que son elaboradas junto a otras personas, como es el caso de la obra El viento es salvaje, que surgió a raíz de un taller con José Troncoso, quien iba a dirigirla, aunque, al final, por unas cosas y otras, no pudo involucrarse.

Pero siempre, incluso cuando estamos trabajando con textos latinos, modernos o de cualquier autoría, nuestro principal referente es la realidad, que es más inspiradora que cualquier otra cosa.

Primero, hay algo de la realidad de tu entorno, algo que has escuchado, una noticia o una anécdota que te ha llamado la atención, y luego a eso le sumas todo tu bagaje literario y todos tus referentes.

De pronto dices, ostras, pues esto… si lo metes en este contexto y lo lleves para aquí y para allá, este personaje podría ser Fedra; si con esto hacemos así, éste es el Rey Lear.

La realidad es siempre mucho más interesante y mucho más creativa que la ficción, que, muchas veces, si se basa solo en referentes literarios, pierde carne y pierde verdad, porque hace referencia a cosas más abstractas. Pero si hay algo donde agarrarte en la realidad, en alguien a quien has visto, un personaje concreto, con cara y ojos, nombre y apellidos, la obra literaria tiene más chicha, tiene verdad y organicidad. 

Así arranca normalmente el proceso creativo, observando directamente la realidad. Veo algo, empiezo a pensar en ello, lo dejo reposar, tomo alguna nota, pero lo que realmente hago es ir dándole vueltas en mi cabeza, durante X tiempo –días, semanas, meses, años, nunca se sabe– y luego me pongo delante de la página en blanco y la cosa empieza a fluir, que no fluye sola, sino que lo que hace porque mi cerebro lleva ya un buen tiempo pergeñándolo, incluso soñando con ello.

Unas veces lo escribo yo todo, otras la cosa cambia en función de lo que me digan mis compañeros, todo depende de cada proceso, que tiene su metodología y sus tiempos. 

Hay que estar siempre abierta, no encasquillarse y fluir, pues, como me dijo una vez Paco, de La Zaranda –que me dio unas cuantas lecciones de teatro maravillosas–, “la obra te va a decir por dónde quiere ir”. Tú muchas veces, te empeñas en llevar la obra por un sitio, y la obra te dice que no, que hay que ir por otro.

Entonces, tienes que tener los oídos y la intuición abierta, porque la obra te está pidiendo a gritos lo que quiere, no te pertenece. Parece una cosa muy mística, pero es absolutamente así, cada obra tiene una naturaleza y una forma de desarrollarse que tú no dominas, porque te domina ella, y tienes que dejarte dominar. 

Por lo que respecta al resto de cuestiones relacionadas con cada espectáculo, lo hacemos todo nosotras, pues solo quienes estamos inmersos en ellos, sabemos qué necesitan, y para que alguien opine, tiene que estar dentro del proceso creativo.

Y con la puesta en escena, igual, porque es algo muy complejo, pues vamos a muchos teatros, que es lo que queremos – ir a los grandes, a los pequeños, a todo tipo de salas, etc–, y, por eso, la escenografía tiene que ser muy concreta, tiene que caber en una furgoneta, no puede ir en un tráiler, y eso algo que conocemos solamente nosotros, algo que no puede cambiarte un escenógrafo que venga de fuera. Los elementos de escena son sagrados, otra lección que aprendí con La Zaranda.

No puede haber nada superficial, no estamos haciendo teatro burgués, en el que se pone una casa con todos sus muebles, y hasta sale el agua del grio, no, para eso ya están el cine y la televisión; el teatro es otra cosa, es hacer soñar con muy poco, porque tienes que estar interpelando todo el rato la imaginación del público, que tiene que verlo conforme tú se lo dibujas; no se lo puedes dar mascado, para eso está la tele. 

Haciendo balance de todos estos años, es más que obvio que habéis creado escuela, tanto en el Carnaval de Cádiz como en el teatro, el humor, la tragicomedia y el feminismo. ¿Qué se siente al respecto?

Yo aprendí de Koki Sánchez y Pili Aragón, que eran mis referentes, siempre lo digo. Y, realmente, cuando estás inmersa en ello, no eres consciente de la importancia de lo que haces. Es que las mujeres nos estamos dando cuenta de tantas cosas ahora… Y lo de los referentes es algo tan importante.

Yo antes no entendía lo de la paridad, ahora sí, hay que imponer la paridad, sé que puede parecer injusto, pero es una forma de crear referentes.

Si las niñas ven a mujeres en los puestos directivos, pueden pensar que ellas también pueden llegar ahí. En este sentido, hay una frase demoledora: cuando una mujer mediocre logre los mismos puestos que un hombre mediocre, entonces habremos conseguido algo, ¿sabes? El meritoriaje es mentira, hay hombres que están donde están sólo porque son hombres, y es tan obvio… 

Cuando descubres la importancia de los referentes y cuando tú, de pronto, con la edad, te das cuenta de que eres un referente, primero te deprimes un poco, porque piensas en lo vieja que eres, que ya eres un referente, pero luego te da un orgullo y una emoción… Te da hasta pudor, porque es muy fuerte que haya mujeres que te tengan en tan alta consideración, y la intención no era esa, pues todo viene de la obediencia a un deseo, un deseo más fuerte que yo, el deseo de ponerme a cantar en la calle, sin más. 

Ahora miras muchas letras y te das cuenta de que eran feministas, pero lo que queríamos verdaderamente cuando salimos a la calle era expresarnos libremente, emborracharnos libremente y divertirnos libremente, y no hay nada más transgresor que una mujer divirtiéndose libremente. Eso es política, y también es feminismo.

De hecho, que las mujeres puedan hacer hoy día cosas que les han estado vetadas durante siglos ya es feminismo. El mensaje no tiene que ser expresamente feminista, puedes hablar de lo que quieras, lo que importa es que hay unas mujeres actuando encima de un escenario, en la calle, donde sea, dirigidas, producidas y lideradas por mujeres, y eso es feminismo. 

En este sentido, hay una cosa que es bastante peligrosa, porque, claro, el patriarcado lo absorbe todo, lo manipula y le da la vuelta, y es que se ha creado una especie de subgénero para mantener a las mujeres entretenidas: el feminismo.

Tienes que hacer obras feministas, tienes que escribir obras feministas, todo con contenido feminista… Y te llaman para actuar el 8 de mayo y el 25 de noviembre, y te preguntan: “¿tu obra es feminista?” Y dices, pues no, no.

Porque ahora resulta que me estás obligando a ser feminista. A mí un tío me ha hecho una crítica diciendo que mi obra no es feminista, vaya, el que reparte el carnet del feminismo… Entonces, ellos se quedan los grandes temas y para nosotras el feminismo, como antes nos dejaban las novelas románticas… ¡Irse al carajo!.

Yo haré feminismo si me sale, como este año me salió La feminista blandengue, pero no me obliguéis, no nos circuncidéis, no nos limitéis. Es que muy peligroso, las vueltas que da el patriarcado para seguir manteniéndote ahí.

Soy feminista, hasta las trancas, por supuesto, con todas mis limitaciones, porque, como el resto, me he criado en una estructura patriarcal y tenemos momentos de profundas afirmaciones machistas, pero mi aspiración sigue siendo el desarrollo del feminismo y continuar luchando por esto. Ahora bien, a mí no me limites, no me encasilles. 

Es complejo, pero las mujeres tenemos que estar en primera línea, sin ningún pudor. Debemos tener arrojo y dejar de pensar como pensamos, porque, en lo más hondo de nuestro corazón, seguimos pensando que un hombre lo va a hacer mejor que nosotras: un hombre escribe una obra de teatro y ya se llama a sí mismo autor; una tía lleva escritas diez obras y todavía le da vergüenza decir que es dramaturga.

El ego lo tenemos regular, y eso hay que forzarlo. Yo lo veo cada vez más claro, y cuanto mayor soy, más voy aprendiendo de las nuevas generaciones, porque lo que están haciendo las mujeres jóvenes es maravilloso y nos están enseñando a nosotras, a nuestra generación, a ser feministas, a seguir aprendiendo día a día. 

¿Qué queda de la Ana López Segovia que empezó a repartir su arte defendiendo la libertad, la transgresión y la cultura popular?

Siento que lo esencial sigue, que sigo siendo una persona rebelde, muy obsesionada con ser libre y con que nadie me diga lo que tengo que hacer. Estoy más mayor, me canso y me estreso más, pero el centro, el núcleo, sigue siendo el mismo, y eso es guay. Sigo muy obsesionada por conservar la pasión por lo que hago, que es lo que me mueve. 

¿Qué le queda por hacer?

Espero que todo, pues tengo la paranoia de que, realmente, he tomado las riendas –o, por lo menos, la consciencia– de mi creatividad, y que he empezado a dirigirla de verdad, con objetivos y sin estar esperando a ver qué sucede, un poco tarde, con cuarenta y pico años.

Entonces, no me he puesto seria, bueno, seria no es la palabra, porque siempre me lo he tomado todo muy en serio, pero antes me dejaba llevar más y ahora soy más dueña de mí, y tengo la sensación de que quizás lo he hecho un poco tarde. Pero bueno, lo he hecho cuando lo he hecho, y estoy descubriendo tantas cosas que tengo la esperanza de que eso signifique que aún me queda mucho por hacer. 

¿Qué se viene? Porque este 2024 ha sido de categoría (con tu aclamadísimo romancero ‘La feminista blandengue’ y vuestra nueva nominación en los Premios Max en la categoría Mejor Adaptación o Versión de Obra Teatral por Las Bingueras de Eurípides’)?

Pues se viene mucho trabajo, muchos bolos –que es lo que más me gusta del mundo, por mucho que me digan que me dedique a escribir y a dirigir desde fuera– y estamos ya pendientes de ponerle fecha al próximo espectáculo, que es inminente y estoy deseando dar su nombre y la información sobre el mismo, un espectáculo en el que, tonteando con Shakespeare, vamos a seguir trabajando con nuestra forma de ver las cosas y el teatro.

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