Tener todo el tiempo del mundo para vivir con lentitud, una oda a la contemplación y a la felicidad en los pequeños detalles. En esta selección, repasamos algunos de los lienzos capaces de trasladarnos a ese cúmulo de emociones estivales.
El rubor de las olas, pasar los días en horizontal, enterrar los pies en la arena, el sabor a sal, las noches en el pueblo, el roce de la sábana por encima para taparse del frescor nocturno, el sonido de las cigarras… El verano tiene decenas de sabores, olores y sensaciones, pero todas comparten una misma sensación: la vida es esto.
Dejar la prisa de lado, centrarse en los detalles que hacen que todo merezca la pena y empaparse de inspiración. La vida contemplativa ante la mejor obra que puede haber, porque el verano es arte.
El arte también se ha empapado de la magia del verano y, fruto de su encanto, podemos admirar estas obras que nos invitan a sumergirnos en el hedonismo:
1. Portrait of an Artist (Pool with Two Figures), 1972. David Hockney
Cuando David Hockney salió de su Reino Unido natal, cayó rendido ante las vistas aéreas de la ardiente California. En 1964, el británico se encontraba sobrevolando el estado cuando el plano cenital de las piscinas y las casas relucientes por los rayos de sol le ofrecieron algo que nunca había visto hasta entonces. Se cuenta que fue en ese momento cuando se enamoró de Los Ángeles, su aura, sus fiestas y sus piscinas, que se convirtieron en las protagonistas de muchas de sus obras más reconocidas.
En este lienzo, Hockney retrata a su examante, el también pintor Peter Schlesinger, de pie, mirando al otro hombre que se acerca nadando hacia él. Muchos han querido ver en el cuadro una alegoría a la nueva vida de Schlesinger, un mensaje del británico para desearle lo mejor a su ex.Tardó dos semanas en completar Portrait of an Artist (Pool with Two Figures), pintando 18 horas al día, como si se tratase de una terapia. A nosotros nos acaricia la luz de la pintura, en la que se respira el verano en toda su plenitud.
2. Chicos en la playa, 1910. Joaquín Sorolla
Hablar del agua del mar es hablar de Sorolla. El valenciano supo como nadie plasmar un día en la playa: las pisadas sobre la arena mojada, el levante, los reflejos en el agua iluminados por el sol del verano.
Con Chicos en la playa, el pintor nos muestra la libertad de la inocencia, retratada en tres jóvenes desnudos jugando en la orilla. El cuadro fue pintado en una de sus múltiples estancias en Sorolla durante la época estival, donde siempre se inspiraba para crear magia y hacer que pudiéramos sentirnos parte de la escena.
3. Summer Scene, Provincetown, 1961. Helen Frankenthaler
Ejemplo del expresionismo abstracto americano por excelencia, Helen Frankenthaler es capaz de transmitir miles de emociones en sus cuadros no figurativos. La pintora, perteneciente a la Escuela de Nueva York, cambió su forma de crear tras conocer a Pollock para adentrarse de lleno en la abstracción.
Frankenthaler desarrolló la técnica soak-stain, con la que pintaba tumbando el lienzo sobre el suelo, dejando que la pintura diluida se filtrara en la tela. Así, creaba formas orgánicas a las que daba forma con esponjas y otras herramientas para conseguir expandir el color, como el de este Summer Scene, Provincetown, en el que dan ganas de darse un chapuzón.
4. Scène d’été, 1869. Jean Frédéric Bazille
Una escena de verano que traspasa el lienzo, invitándonos a formar parte de un plan estival en el que no puede faltar el aura melancólico, rodeado de naturaleza salvaje en mitad de lo que parece un bosque y con un chapuzón como protagonista.
Pero si hay algo de este cuando que nos fascina por su halo homoerótico tan elegante, desde la naturaleza de unos bañistas masculinos que el propio Bazille pinta en el río Lez (Francia), como aquella burguesía que podía disfrutar de su tiempo de ocio refrescándose en un tórrido día de verano. El propio pintor dibuja lo que parecía ser su infancia: sus padres eran propietarios de una finca donde él pasaba sus veranos.
5. La recogedora de cerezas, 1891. Berthe Morisot
Bajo una aparente prisma de sencillez, Berthe Morisot consigue trasladarnos a una estampa de complicidad en uno de esos días eternos que tanto gustaba retratar a los artistas del impresionismo como Manet y Monet, con quienes estableció una amistad.
La pintora francesa nació en Bourges, Francia, en 1841 en el seno de una influyente familia burguesa. Fue la influencia de sus compañeros impresionistas lo que le llevó a pintar al aire libre (método plein air), buscando la inspiración a través de la observación. Copista en el Louvre, su figura es recordada como una de las grandes pintoras del impresionismo pro su especial tratamiento del color. También se recuerda su matrimonio con el hermano de Manet, un hecho que Morisot nunca dejó que la condicionara, ya que siempre escogió firmar bajo su nombre de soltera para reivindicar su arte.
6. Los frutos de la amistad, 1991. Françoise Gilot
Pintora, crítica de arte y escritora: la francesa Françoise Gilot fue un alma creativa, encerrada durante años en una jaula hasta que finalmente pudo ser libre para volver a regalarnos su arte. Fueron su madre y su abuela quienes la iniciaron en el mundo de la pintura y, en la actualidad, no conservamos muchas de sus obras, ya que se perdieron en un camión bombardeado por los alemanes cuando su padre intentaba salvarlas de la guerra.
Muchos recuerdan a Gilot por haber mantenido una relación sentimental con Picasso durante una década, con quien además tuvo dos hijos. Se conocieron en 1943, cuando ella envía 21 años y él 61, además de estar casado por entonces con Dora Maar. Su relación con el malagueño fue un tormento para Gilot, ya que frenó su carrera en seco y, después de dejarlo, Picasso quiso aislarla del mundo del arte, prohibiendo a sus colegas trabajar con ella.
7. Sea Watchers, 1952. Edward Hopper
Esa nostalgia por el qué pudo ser, ese anhelo ante algo que tan sólo podemos escapar, la mirada perdida en las múltiples posibilidades, queriendo huir aunque sea por unos minutos de la realidad. Esa mirada es la que Edward Hopper consigue plasmar en sus pinturas y en este Sea Watchers consigue hacernos entender la quiebra del amor entre una pareja, la soledad que se respira en el espacio que comparten. Todo con un toque de ironía, ya que están en una escena veraniega, una época en la que vivir sin preocupaciones, hedonista y feliz.
El cuadro puede ser un grito de auxilio por parte del propio Hopper, una confesión. El pintor se casó tarde, cuando rondaba los 40, y lo hizo con la también artista Josephine Verstille Nivison. Esa vida ya labrada por separado fue lo que complicó que ambos encajaran las suyas propias para conseguir un ritmo natural en su relación. ¿Serán ellos los protagonistas de esta obra?
8. Vieja quinta, 1966. Norah Borges
“Sólo puede dar alegría la representación de un mundo perfecto donde todo esté ordenado, de contornos nítidos, de colores limpios, de forma definidas y de detalles minuciosos hasta la exaltación”.
Norah Borges apostaba siempre por los colores pastel y personajes jóvenes que habitan un espacio, rompiendo la perspectiva y de mirada hierática, contemplativa, en actitud reflexiva. Este es un claro ejemplo del arte de una artista que, ante todo, buscaba lo que para ella era la perfección. Hermana del escritor Jorge Luis Borges, Norah siempre fue tan personal, como íntima y disruptiva.
9. Les vendanges, 1933. Elisabeth Chaplin
La recogida de la uva, el vino derramado por el torso desnudo ante el tórrido calor… la pintora fraco-toscana es conocida por ser fiel a sus raíces, rindiendo homenaje a sus recuerdos y su forma de vida en esta región a través de sus pinturas.
Chaplin, familiar de pintores y escultores, se crio en el arte y se empapó del más grande visitando frecuentemente el Museo Uffizi. Copió a los clásicos y así aprendió a ser una productiva pintora, incluso en su época en París.
10. Femme De Pêcheur Venant De Baigner Ses Enfants, 1881. Virginie Demont-Breton
Virginie Demont-Breton fue lo que hoy se conoce como “nepo-baby”: hija de los pintores Jules Breton y sobrina de Émile Breton. Por eso no es de extrañar que, con tan sólo 20 años, ganara una medalla de oro en la Exposición Universal de Ámsterdam en 1883. Además se convirtió en presidenta de la Unión de Mujeres Pintoras y Escultoras y luchó por la entrada de las mujeres en la École des Beaux Arts, en una época en la que el acceso estaba restringido a los hombres. Consiguió su cometido en 1897.
En 1890, Virgine se mudó a un pequeño pueblo costero y se inspiró de la vida doméstica de las mujeres d ela zona, campesinas y esposas de marinos con una cruda vida, como la que plasma en esta escena veraniega.