El cine de animación lleva varias décadas sin ser entendido como un género menor y destinado, exclusivamente, a un público infantil.
Ya sea mediante stop motion, ilustraciones de inspiración comiquera o titánicas labores que mezclan lo artesanal con los programas de ordenador, las películas animadas son un plus de magia en ese mundo que ya de por sí es mágico, el universo cinematográfico.
A referentes de la talla de Miyazaki, Wes Anderson o la factoría Pixar, se han unido otros directores y creadores que están alcanzando reputación y están alcanzando nuestros corazones gracias a historias que son imposibles de concebir mediante imágenes reales, efectos especiales o CGI.
Además, hay que reconocer que un film al uso no haría justicia a todo el imaginario, el onirismo, la luz y la delicadeza que destilan todas estas películas que están elevando la animación a cine de culto.
Esperamos seguir viviendo todas esas historias que nos invitan a soñar con un mundo que sería mejor si primero pudiera embocetarse y después plasmarse con fantasía desbordante.
La tortue rouge (Michael Dudok de Wit, 2016).
Esta historia protagonizada por una tortuga roja y un naúfrago, suponía la primera incursión del Studio Ghibli fuera de las fronteras niponas y es el claro ejemplo de que menos es más (no tiene ni diálogos).
Es de esas películas que podríamoss recomendar a cualquiera porque habla de algo tan universal como el amor y el ciclo vital en forma de fábula sin moraleja, ni moralinas; está llena de verdad y de belleza a raudales y la banda sonora es una obra maestra al servicio de su sencillez y su preciosismo. Cintas así son el mejor legado que podemos dejar a nuestros hijos.
J'ai perdu mon corps (Jérémy Clapin, 2019).
Escrita por el Guillaume Luarant (más conocido por elaborar el guión de Amelie), este desesperanzador largometraje cuenta en clave de metáfora surrealista, una mágico y emotivo relato sobre las pérdidas físicas y emocionales y sobre cómo el amor puede hacernos pedazos literal y figuradamente.
Más conocida como I Lost my body, esta imaginativa, nostálgica y melancólica película, además está acompañada por una banda sonora compuesta por Dan Levy, que es casi tan milagrosa como el desarrollo de una narración que se agarra al estómago y no te suelta.
Your name (Makoto Shinkai, 2016).
Your name es todo un fenómeno de masas en su Japón natal, no en vano es la cuarta película más taquillera de la historia del país, pero también lo ha sido a nivel mundial donde cuenta con una legión de seguidores que son fervientes admiradores de su historia de amor, sus catástrofes atemporales y unos saltos en el tiempo que ni Christopher Nolan.
Un guión inteligente con giros argumentales que el espectador ni se huele, hacen de Your name uno de los entretenimientos más trascedentales de los útimos años, y hacen que el anime sea algo disfrutable para cualquier tipo de espectador que ame el cine en estado puro.
Song of the sea (Tomm Moore, 2014).
Con muy pocas películas, el estudio de animación Cartoon Saloon, se ha ganado la fama y el apelativo de ser el Ghibli irlandés y es algo de lo que dan testimonios los innumerables reconocimientos que ha logrado en festivales y entregas de premios.
Song of the sea es la carta de presentación perfecta del buen hacer de este austero estudio y toda una declaración de principios que da las claves del cine que allí se hace, un cine de factura artesanal y cuyo motor es la magia, la fantasía, las fábulas y las leyendas de ese folclore irlandés que acabamos sintiendo como propio, como parte de nuestras infancias y de nuestra madurez.
Fantastic Mr. Fox (Wes Anderson, 2009).
Wes Anderson es de los cineastas más particulares y extravagantes que tiene el cine actual, y desde su particular prisma, atesora una filmografía única llena de paletas de colores perfectamente estudiadas, encuadres milimétricos y personajes absurdos de tendencias nihilistas y existencialistas.
Con todo eso, el Anderson por el que más debilidad sentimos es por ese que explota su vis cómica y crítica a través del stop motion con el que nos deleitó en Isle of dogs y en esta Fantastic Mr. Fox protagonizada por un zorro antisistema y anarquista que hará lo que sea por mantener a su familia unida.
Waltz with Bashir (Ari Folman, 2008).
Como un documental de animación, Ari Folman vendió esta cinta sobre los horrores de la guera protagonizada por ex soldados traumatizados por el conflicto que vivieron en sus pieles.
La animación no consigue suavizar la crudeza del relato, la ensalza gracias al onirismo con el que se presenta la que fue la Guerra del Líbano y que, años después, nos sigue encogiendo el alma por toda la sangre derramada.
Este cómic para adultos se mezcla con una realidad que fue horrible y consigue una simbiosis que es igual de estremecedora en sus dos vertientes, la animada y la veraz.
Persépolis (Marjane Satrapi, Vincent Paronnaud, 2007).
En 2007, los cómics de Marjane Satrapi tomaron (más) vida de la mano de su propia creadora. Persépolis es la autobiografía de su valiente autora y en ella relata las etapas fundamentales que marcaron su vida, desde su niñez en Teherán durante la revolución islámica, hasta su difícil entrada a la vida adulta en Europa.
La cinta logró plasmar la frescura de sus ideas desde el sentido del humor que destilaban sus viñetas y respetando el blanco y negro del dibujo original; Satrapi, en cualquier formato, consigue hacer una crítica constructiva y mordaz desde una inteligencia de lo más didáctica.
La Princesa Mononoke (Hayao Miyazaki, 1997).
Si hay alguien que ha elevado las películas animadas a la categoría de cine de culto, ese es, sin lugar a dudas, Hayao Miyazaki.
Miyazaki tiene un mundo propio que pocos directores han conseguido construir; un mundo en el que se mezclan personajes inolvidables, folclore, leyendas, magia, fantasía, moralejas y discursos en pro del medio ambiente y contra una sociedad que vive alienada; así ocurre en La Princesa Mononoke.
Si bien, la crítica y el público alaban la magnífica El viaje de Chihiro como su obra cumbre, desde aquí queremos reivindicar la fuerza, el imaginario y el poderío visual de esta historia llena de matices y lecturas que son imposibles de captar en un solo visionado.
Wall-E (Andrew Stanton, 2008).
A parte del genio Miyazaki, se puede asegurar que el otro gran estandarte de calidad del cine de animación es la factoría Pixar.
Los responsables de este estudio, no solo han llevado a cabo auténticos milagros creativos que han ido mejorando a lo largo de los años (no hay más que ver la evolución en la saga Toy Story), sino que además tienen la fórmula infalible para hacer de sus cintas algo totalmente disfrutable y emotivo para grandes y pequeños.
Wall-E no solo era una muestra del virtuosismo que tienen los empaques visuales que Pixar da a sus historias, era la clara muestra de un guión que hace fácil lo complejo como marca de una casa que se ha atrevido a lanzar mensajes en los que se da forma a lo intangible e incluso se materializan conceptos que tienen que ver con el sentido de nuestra propia existencia.
Mary and Max (Adam Elliot, 2009).
Con un aire que nos trae a la memoria el demoledor final de About Schdmit de Alexander Payne, esta historia con corazón de plastilina, narra la larga amistad por correspondencia entre un cuarentón judío y obeso de Nueva York, y una niña australiana de ocho años que vive en los suburbios de Melbourne.
Profundamente gris en sus tonalidades y en la manera de transmitir su poderoso discurso, es una película que, sin embargo, está llena de esperanza.
Mary and Max es un canto a la amistad como tabla de salvación, y eso se ve reflejado en estos dos seres que construyen una relación tan preciosa como atípica, una conexión profunda entre dos adorables outsiders que transita por las fases de la ilusión, la esperanza, el cariño y, finalmente, el perdón y la aceptación como claves para encontrar la felicidad en nosotros y en los demás.