Cinco poemas para recordar a Louise Glück, la poeta que hizo universal la existencia individual

Belleza, aparente sencillez y una capacidad para emocionar desde la calidez. Cualquiera es capaz de verse reflejado en los versos de la escritora estadounidense.

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El amor, la pérdida, la supervivencia, la infancia y temas tan profundos y universales como la vida y la muerte eran fuente de inspiración para la poeta Louise Glück, que falleció el mes de octubre de 2023 a los 80 años.

Su “inconfundible voz poética, que, con una belleza austera, torna en universal la existencia individual” fue lo que llevó al jurado a otorgarle el Premio Nobel de Literatura 2020 a toda una carrera visceral cubierta por una aparente sencillez para hablar con claridad sobre lo que significa, al final, vivir en toda la plenitud del verbo.

Glück nación en Nueva York en 1943 en el seno de una familia judía adinerada. Su padre la animó a ella y a sus hermanos desde muy temprano a que amaran la cultura y desarrollasen su creatividad con clases de música, teatro, danza y, cómo no, escribiendo historias.

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Una joven Louise de 16 años presentó su primer libro completo a varias editoriales, aunque sin mucha suerte. Tras un año fuera del instituto para dedicarse a un tratamiento por un trastorno alimenticio, Glück se matriculó en poesía en la Universidad de Columbia.

En 1968, con 23 años, completó Firstborn, su primera colección de poesía publicada, pero lejos de darle impulso para seguir escribiendo, la poeta cayó en el conocido como bloque del escritor, un periodo al que ella misma más tarde se referiría como “el largo silencio”.

Su poesía tuvo que ser reivindicada para romper con ese letargo y Glück regresó a su pasión como profesora en la Universidad Goddard en Plainfield, Vermont, un “milagro”, según compartió ella misma.

"El sentimiento de obligación que sentía hacia mis propios poemas... Sentía la misma obligación hacia el trabajo de los demás, lo que significaba que podía trabajar incluso cuando no tenía trabajo propio".

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A sus 30 años, pletórica en su empleo, llegó su hijo como madre soltera, una experiencia que se trasladaría a su poesía. El amor, la pérdida y la existencia humana en toda su amplitud coparon sus versos, en los que se reflejaban los mitos clásicos y que, en muchas ocasiones, brotaban de experiencias propias, como la maternidad o la muerte de su hermana.

"Su poesía crea como una suerte de universo textual en el que hay una intimidad tremenda. Incluso cuando se vale de personajes, cuando echa mano de los mitos y los actualiza, está dando cuenta de una intimidad profundísima", según el poeta y traductor venezolano Adalber Salas, traductor al castellano del poemario Una vida de pueblo.

De acuerdo con Salas, Louise Glück tiene es capaz de crear atmósferas afectivas "devastadoras" porque "no teme a la crudeza". Esperamos que estos 5 poemas sirvan de homenaje a una poeta que no le tuvo miedo a ser clara, directa y a llegarnos a lo más hondo con un lenguaje universal.

El deseo

¿Te acuerdas de cuando pediste un deseo?
Yo pido muchos deseos.
Cuando te mentí
sobre lo de la mariposa. Siempre me pregunté qué pediste.
¿Qué crees que pedí yo?
No sé. Que volvería,
que al final de alguna manera estaríamos juntos.
Pedí lo que siempre pido. Pedí otro poema.
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El dilema de Telémaco

Nunca me decido
sobre qué poner
en la tumba de mis padres. Sé
lo que él quiere: él quiere
'amado', lo que ciertamente resulta
muy exacto, sobre todo
si contamos a todas esas
mujeres. Pero
eso dejaría a mi madre
en la intemperie. Ella me dice
que en realidad no le importa
lo más mínimo; ella prefiere
ser descrita
por sus logros. No tendría yo mucho
tacto si les recordara
que uno
no honra a sus muertos
perpetuando sus vanidades, sus
auto-proyecciones.
Mi propio criterio me recomienda
exactitud sin
palabrería; son
mis padres y, en consecuencia,
los visualizo juntos,
a veces me inclino por
'marido y mujer, a veces por
fuerzas contrarias'.

Puerto deportivo

Mi corazón era un muro de piedra
que tú de todas formas traspasaste.
Mi corazón era un jardín isleño
a punto de ser pisoteado por ti.
Tú no querías mi corazón;
tú ibas de camino a mi cuerpo.
Nada de eso fue mi culpa.
Lo eras todo para mí,
no sólo belleza y dinero.
Cuando hacíamos el amor
el gato se iba a otro cuarto.
Entonces me olvidaste.
No en vano
las piedras
se estremecían alrededor del jardín enmurallado:
no hay nada allí ahora
excepto ese salvajismo que la gente llama naturaleza,
el caos que se hace con todo.
Me llevaste a un lugar
donde llegué a ver la maldad en mi carácter
y me dejaste ahí.
El gato abandonado
gimotea en el dormitorio vacío.

Madre e hijo

Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.
Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo,
la familia que restringe.
Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.
Soñamos; no recordamos.
La máquina de la familia: pelaje oscuro,
selvas del cuerpo de la madre.
La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella.
Y antes de eso: tierra y aire.
Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.
Y antes, células en una gran oscuridad.
Y antes de eso, el mundo tras un velo.
Para esto naciste: para silenciarme.
Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento
de ser fundamentales, de ser la obra maestra.
Yo improvisé, nunca recordé.
Ahora es tu turno de entrar en acción;
tú eres el que pide saber:
¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?
Células en una gran oscuridad.
Alguna máquina nos hizo;
es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle:
¿para qué existo? ¿Para qué existo?

Del poemario Las siete edades (2011, traducido por Mirta Rosenberg).

Puesta de sol

En el mismo instante en que se pone el sol,
un granjero quema hojas secas.
No es nada, este fuego.
Es cosa pequeña, controlada,
como una familia gobernada por un dictador.
Aun así, cuando arde,
el granjero desaparece;
es invisible desde el camino.
Comparados con el sol, aquí todos los fuegos
son breves, cosa de aficionados;
se acaban cuando se consumen las hojas.
Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas.
Pero la muerte es real.
Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer,
hubiera hecho crecer el campo y entonces
hubiera inspirado la quema de la tierra.
Así que ahora puede ponerse.

Del poemario Una vida de pueblo (2020, traducido por Adelber Salas).

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